domingo, 6 de enero de 2013

EL AGUANTE




Hablaba en contra de los “negros piqueteros” como José Elías y ponía cosas en twitter para que las viera Mauro, su jefe, ese joven emprendedor al que no se le veían los límites, que llegaría a donde quisiera, pensaba ella, tan limpio, bien vestido y con la respuesta justa para cualquier cosa. Sabía del país, de economía, de los mercados, de política, él era un capo. Ella lo seguía en twitter pero él a ella no, aunque ella estaba segura de que le chequeaba sus tuits porque él ya lo había hecho con otros empleados que se sintieron mal por eso, pero ella pensaba que eso estaba bien, es el jefe y está en su derecho de saber lo que los otros ponían, seguramente era una cuestión de “clima organizacional”. Ella había hecho esos trainings donde Mauro les presentaba al coach y se retiraba porque seguro que él ya lo tenía re-sabido a todo eso, se notaba que se preparaba para más. Segura de eso, ella tuiteaba algunas cosas a propósito de vez en cuando, trataba de estar al día con los temas del momento del país para que él sepa que ella tenía preocupaciones de ese tipo, o sea “basta de atropellos”, “el país necesita verdadera democracia”, “basta de planes para alimentar vagos”, etcétera. Era el tipo de cosas que ponía Mauro, aunque jamás insultaba a nadie, dentro de todo él era un gerente responsable de una empresa y hay un tema de imagen y de responsabilidad social que hay que cuidar. Pero ella sí podía zarparse un poco, era solo una empleada, pero tampoco ponía malas palabras, usaba el diccionario, y también pegaba cosas de la revista Entrepreneur, no sea que Mauro piense que a ella sólo le importan los chismes, las frases reflexivas y Friends.

Una vez él le regaló un lapicero re-lindo, transparente, de acrílico, que llevaba el logo de la empaquetadora amiga. Ella pensó en eso todo el fin de semana, casi le manda un sms el sábado pero se contuvo, no quería cruzar alguna línea que desconocía, así que hizo lo que hicieron todos: entre los cinco de administración le regalaron una pequeña torta gourmet del día del amigo. Mauro agradecido los invitó a almorzar al restó de abajo donde comían todos los que laburaban cerca. Es de buen clima organizacional, seguro. Ella se le acercó y le comentó que el rediseño del sitio web que él supervisa estaba excelente, acorde con las nuevas tendencias de limpieza y claridad. Brindaron por eso ellos dos solos y ella sintió que tuvo su momento íntimo con Mauro, fugaz pero cierto. Volvió contenta con Leticia. Siempre volvía a su casa con su amiga de la secundaria que la hizo entrar en la empresa. Leticia es como ella pero sin ambiciones, siempre atribulada por los pibes, siempre mal hablada, un poco dejada en su estética y sin twitter. Odiaba Friends. Desde que ella se mudó dejaron de verse los fines de semana, ahora vivían lejos la una de la otra y cada día Leticia seguía viaje como una hora más rumbo a aquellos lugares a donde ella no quería volver ni de visita: ojotas, nenes, perros, cumbia. Una vez cuando hizo horas extras Mauro la acercó hasta el shopping. Mientras comentaban enojados el paro de subtes ella fantaseó todo el camino con que él le propondría ir a un telo y que ella le diría que sí, aunque después… tomando un café, le plantearía qué iba a hacer con su esposa e hijos, qué papel tendría ella en su vida, si sería solo ¿un gato más, Mauro? Pero se despidieron, sin beso, y ella corrió bajo la lluvia hasta la entrada del shopping. Se dio vuelta para saludarlo como diciendo ¡llegué, todo bien! pero el auto ya no estaba.

Ese fin de semana Mauro fue a jugar al golf con Cardozo, su jefe. Decime Ricardo, le permitió Cardozo, y él sonreía mientras recibía un trago liviano con naranja que, según dicen, Cardozo invita siempre a quienes aprecia. Venían también el contador Renni, Lucio Letes el socio brasileño y Javier Prana, abogado. Antes de salir a la cancha se hizo un rito peculiar, todos depositaron las llaves de sus autos en un bol y cerrando los ojos sacaron una cada uno. Mauro puso la suya y sacó la del brasileño, y Renni sacó la de él. El que sacara las llaves del auto de menor valor pagaba los tragos. Suerte, Renni pagaría esta vez. Salieron a la cancha y Mauro fue llevando, sin darse cuenta, los palos de Cardozo, Ricardo. Todos charlaban animados y Mauro se retrasó un poco por una llamada de Claudia, su mujer. En vistas de la cita con el golf de su marido ella había llevado los nenes a lo de su mamá para tenerlos a raya porque sola no daba abasto, para que jodan un rato con sus abuelos. Sabía que para Mauro era importante. Imagináte Clau, no puedo dejar pasar la invitación de Cardozo al golf, voy a demostrar que tengo manejo, que por algo soy business administration y la PYME no es nada más que el primer escalón. ¡Mauro, te tienen cortito, che, trae lo palos! le gritó Ricardo y Prana se le acercó: Siempre lo mismo ¿no? Si no es la yegua es la gata, je, je, dale pibe. La partida se extendió toda la tarde, iba y venía un mozo con johnnie walkers que también Mauro tomó uno tras otro llevando los palos. No quería interrumpir la partida y quedar como ignorante porque podía ser una costumbre que en la primera ocasión el invitado no tirara. Mauro ya había tomado clases particulares de golf, sabía lo que quería, pero en este punto no tenía idea ¿Para jugar tenía que pedir permiso? ¿Esperaban ellos eso? No, desubicado total.

Cuando ya estaban muy picados despotricaron contra las minas, el gobierno y “los pelotudos de la oposición”. Gente que estaba a veinte metros se dio vuelta por los gritos. Mauro hacía rato que esperaba su turno y apenas se hizo un segundo de silencio se lanzó con todo: “¡Lo que pasa es que esos cagones no tienen las pelotas para plantarse, así cualquier pendejo como el Ariel Medina, el patotero de Luis Fernández o el negro Elías van seguir manejando este país!” El exabrupto de Mauro siguió su curso de elevación hacia al crepúsculo, hizo la comba y cayó a unos metros de la banderita. Ninguno se dio vuelta, ninguno lo miró, nadie escuchó. Sintió una presión con un silbido en los oídos, oyó que Cardozo dijo algo sobre el técnico de Boca y que todos rieron. Mauro se sintió mareado, creyó que se desmayaba cuando sonó su celular. Prana lo miró y dijo algo en voz arrastrada que Mauro no entendió. Le dijo a Claudia que iba todo bien. ¿Ganaste? No pero me defendí, le contestó. ¿A qué hora venís a buscarnos?

Mauro volvió en taxi por el pedo galopante que tenía. Claudia estaba ofuscada en casa porque tuvo que volver sola con los pibes y su marido le llegó tarde, borracho y sin el auto. Le preparó un café bien negro y le pidió que le contara. Bah, son unos chotos de mierda. Los voy a cagar. La próxima los reviento a palazos, les lleno el hoyo de bolas. ¿Por qué no te duchás? Estás hediendo. Después te comés un pancho y vas a dormir. Antes de meterse bajo la ducha agarró su teléfono y tiró un tuit.

Ese finde ella no pudo creer lo que leyendo en lo de Mauro. Seguro que le hackearon la cuenta, pobre. En el mundo corporativo la competencia en feroz, usan todo lo que pueden para provocar cosas. Iba a llamarlo pero se contuvo. Escribió un sms pero lo guardó en borradores. Preparó un mate para acompañar la pasta frola que mandó mamá ¡No podía ser! ¿Se habrá dado cuenta que le pusieron eso en su tuit? ¡Hijos de puta no hay respeto esto es cualquiera! Voy a denunciar ese tuit. Se puso a mirar la tele, justo daban la #maratón #Friends la #mejorseriedelahistoria! tiró en un tuit y cerró. Después de cuatro capítulos seguidos no aguantó y llamó a Leticia para contarle lo del tuit de Mauro. ¡Dejate de joder con ese tuiter, boluda, te vas a comer la cabeza! ¡Es que no sabés lo que puso anoche! ¿Ajá… qué? ¡Qué mierda aguante cristina #presidentacoraje!







Juan Anselmo Leguizamón
Santiago del Estero, 2013.